CIEN DÍAS SIN RUMBO.

La falta de rumbo, la contradicción permanente y la incoherencia parecen ser los signos distintivos de estos primeros cien días del segundo mandato de Cristina Kirchner, el tercero de su familia.

Idas y vueltas permanentes; sonoros silencios cuando la sociedad pide palabras y exceso de discursos cuando no hacen falta; amagues para un lado y salidas para el otro; aislamiento creciente de la presidente, hasta respecto de sus ministros, que la ven más cuando son convocados para el melancólico papel de aplaudidores que en las casi inexistentes reuniones de trabajo; redoblamiento de los ataques a los medios, ahora mendazmente tildados de nazis (¿qué vendrá después?); confusión generalizada.

Estos son algunos rasgos de la etapa iniciada el 10 de diciembre pasado, que nos parece en estos días tan lejano.

Tomemos, por ejemplo, el tema de los subsidios a los servicios públicos. Se eliminaron en algunas zonas, del modo más improvisado. Ahora se dice que se suspenderá esa eliminación, para que no decaigan el consumo y la actividad comercial y productiva.

¿Qué pasó en el medio? ¿Cambiaron de teoría económica? ¿Hay señales recesivas más profundas de las que se informan? Imposible saberlo, porque el silencio de radio impera entre los ministros. Sólo los monólogos de Ella quiebran el extendido paisaje del mutismo.

Mi impresión es que no tienen ni las ideas claras ni el coraje para enfrentar una situación que se les está yendo de las manos.

La reducción de subsidios es necesaria, tanto por la inequidad del sistema cuanto por su insustentabilidad fiscal.

Iniciaron ese camino cuando disponían de un alto capital político, apenas ganadas las elecciones con una holgada mayoría. Pero ahora que el humor social ha cambiado, dan marcha atrás.

El problema fiscal sigue existiendo y será cada vez mayor. ¿Cómo encararlo? Como se ha hecho tantas veces en las últimas seis o siete décadas: con la «maquinita», es decir, con la emisión monetaria desbordada y sin respaldo genuino. Para eso necesitaban la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central. Un nuevo zarpazo del kirchnerismo en su pretensión de manejar la economía sin ningún tipo de límites. La confesión de la presidente del organismo, Mercedes Marcó del Pont, ante la Cámara de Diputados fue lapidaria: «Si no recurrimos a las reservas, estamos obligados a un ajuste brutal».

Una clara señal de las serias restricciones que las arcas fiscales están teniendo y que se intentarán paliar con el uso de las reservas y con el forzamiento de la «maquinita», lo cual aparejará una mayor inflación, que ya hoy es una de las más altas del planeta.

Más inflación, sin la correlativa devaluación, significará ampliar aún más la apreciación del peso. Dicho de modo más simple: los dólares serán más baratos. Por más controles policiales que Moreno emprenda, la fuga de dólares continuará. Además, será extremadamente difícil exportar. Habrá escasez de divisas y Moreno ajustará el torniquete, para que casi nada se importe. Faltarán más insumos. La desaceleración económica se tornará más intensa.

La Argentina tiene una larga y nefasta historia de inflación e hiperinflación. Fue esa historia la que determinó que por ley de 1992 se intentara dotar al Banco Central de mayor independencia funcional, para que no fuera un mero subordinado del Poder Ejecutivo y financiara alegremente al Tesoro.

Es opinable en la teoría qué grado de independencia deben tener los bancos centrales respecto de las administraciones políticas, pero en la Argentina es crucial que se fomente la idoneidad de sus directores y la independencia – que no implica falta de coordinación – de ellos respecto del Poder Ejecutivo.

El proyecto normativo, que ya cuenta con media sanción parlamentaria, empieza por modificar el objetivo del Banco Central, que actualmente consiste en preservar el valor de la moneda. Este propósito se mantiene, pero se le agregan ciertos condicionantes, como “tender al desarrollo económico con equidad social”.

Nadie discute que el Estado debe perseguir esas metas, pero lo que se lee entre líneas es que se apelará a las reservas y a la emisión sin ninguna restricción.

Es cierto que el concepto de reservas de libre disponibilidad está asociado a la convertibilidad y pierde sentido fuera de ese esquema, pero siempre es necesario que haya alguna pauta que fije límites.

No es grato plantear este escenario, pero es el que racionalmente cabe pronosticar, salvo que exista un improbable golpe de timón y triunfe la sensatez.

Todavía algo nos ayuda: la venerada Soja, cuyo precio se vuelve a ubicar en alrededor de los 500 dólares. Pero esa enorme colaboración es insuficiente y no sabemos por cuánto tiempo nos seguirá lloviendo del cielo.

Nada hay de nuevo. Bajo un falso ropaje de progresista, nacional y popular subyace la verdadera ideología del kirchnerismo que no es otra que la hegemonía del poder y de la caja, en cuyo altar se sacrificó la tanta veces prometida inclusión social de la que nos hablaba el rimbombante modelo de acumulación de matriz diversificada. Es que ni el dichoso y siempre cambiante “relato” da respuesta alguna a esa carencia.

El país clama por confianza, reglas claras e instituciones sólidas. El camino que el kirchnersimo se empecina en recorrer es el inverso. Hasta ahora, esas palabras suenan en los oídos de nuestros gobernantes como sinónimos de «neoliberalismo», «oligarquía» y «dominación extranjera». La tozudez de este gobierno no le permite entender que una mayor desconfianza por parte de los agentes económicos y de la población en general se traduce obligatoriamente en menos inversiones. El resultado siempre es el mismo: menos actividad económica y una menor creación de empleo.

Todo lodo lo contrario de lo que necesita nuestro país. ¿Aprenderá algún día este gobierno la lección? ¿Logrará la necesidad lo que no pueden los argumentos?

Viernes 23 de marzo de 2012

jrenriquez2000@gmail.com

twitter: @enriquezjorge

Deja un comentario